Miradas en rosa - José Luis Rodríguez de Armas - Alexa Torre





Miradas en rosa


Me gusta el rosa, no solo por su cualidad romántica en sí, sino por la persistencia casi universal en manifestaciones espontáneas y “no artísticas” de índole popular que otros despectivamente llaman kitsch.



Porque claro, el buen arte – aquel entronizado por Canon Clásico de Belleza Occidental – detesta el color rosa y lo destierra de sus producciones al considerarlo el más cursi de todos los colores (el estilo Pompier)
Incluso ciertas lecturas feministas, lo rechazan al tildarlo como un estereotipo (es cierto, casi todo es una construcción cultural que puede llegar a derivar en estereotipo, pero. ¿solamente de raigambre machista?







El rosa era un color apestado por la alta cultura de la modernidad y solo aceptable como color folclórico, hasta que en los años ochenta del siglo pasado, cuando apareció la ruptura Posmoderna. 


El primer Posmodernismo, aquel, el de Robert Venturi en “Aprender de las Vegas” ensalzó al rosa y a los colores apastelados como un nuevo paradigma de una paleta cromática posible; como apropiación culta de lo cursi.



Si desconfía de lo dicho, diríjase a las obras del Francesco Clemente de aquellos años, incluso a la de otros transvanguardistas. 

Hasta el mismísimo Barragán –y Legorreta- han acogido el rosa, pero “el mexicano” como uno de sus tres colores para accionar y con ellos subvertir la poética impoluta de algunos minimalismos, desde el “académico” hasta el “light” ese que está de moda desde hace unos años, sobre todo entre los arquitectos y los diseñadores de interiores.




El rosa no solo reina en el “pasivo” universo kirsch, también puede llegar a ser un color subversivo, ahí está presente y con toda su rebeldía, en la estética queer, en el mismo camp. 

Pero sobre todo está presente en las manifestaciones populares urbanas. ¿Quién lo duda? Desplácese por toda la ciudad y siempre hallará su presencia en decoraciones, en fachadas, en la vestimenta de muchas de las parroquias ¡y parroquianos! Que algunos suelen llamar catrines. 

¡Hasta en el cementerio se nos aparece como fantasma! Junto a las celosías con cisnes, el rosa es un “elemento decorativo” muy recorrido por los meridanos y deviene signo posible de su singular uso.


La humedad implícita de un muro pintado con cal, coloreada con el rosa, acentúa su intensidad, su reverberación, hasta el punto de convertirlo en una atracción visual inimaginable y muy particular de por acá. 

Obsérvese simplemente el particular autorretrato (solo son sus glamurosas piernas) que Alexa se hizo y que tiene como fondo una de estas paredes de rosa encendido gracias a nuestro clima.



Hasta podríamos hablar de una “rosacidad”, tal y como lo hace Anish Kapoor por la conceptualización de los pigmentos “puros” que utiliza en algunas de sus obras.
Alexa Torre ha visto en el rosa, un detonante cultural para hablar de muchas cosas. 

Así indaga en los sitios donde se halla este color, a pesar de que su presencia no fuera intencional: todo para especular libremente sobre aspectos de la vida que la motivan. 

Hace pues, otras cosas: desde ejercicios de apropiación (lo autorreferencial en el arte: digamos de alcatraces a gladiolos) hasta paisajes, naturalezas muertas, retratos, siempre con el protagonismo del rosa, incluso sin dejar de hacer comentarios sutiles cargados de humor sobre de un tipo de feminismo (léase su statement) Dicho de otro modo, haciendo lecturas –miradas- sobre muchos de los aspectos de la vida y siempre vistos a través del rosa.



Y a mí me gustó lo que ella hace y le pedí que hiciéramos una obra en común y bajo un concepto diferente. 

También se dio la feliz oportunidad, de que me brindaran un espacio para hacer una exposición en este recinto cultural. 

De mutuo acuerdo, en un ejercicio de colaboración, presentaríamos su obra (que siempre seguirá siendo de ella: aquí o en otro sitio) insertada en un espacio que no intenta ser un contenedor, frío neutral e inexpresivo (El White Cube) 



Todo lo contrario, con el protagonismo que le merece. Aquí, en “Noche Rosa” (título que inventó el compañero en la vida de Alexa) las obras están en una exposición y la exposición es también –por ahora-, una obra; el espacio donde el rosa volverá a hacer su aparición tutelar y desplegará su capacidad para involucrar a los públicos en una posible teatralidad. 

Eso que suele llamarse museografía pasa, de ser un ente vehicular, mediador, a una representación en sí, y que puede verse a su vez, como algo que contienen a otras representaciones anónimas, como nos las encontramos en la calle, en la vida diaria o apellidadas, como cuando un artista nos la brinda de otra forma.


Estamos hablando de una producción visual realizada en co-autoría y verificable en un espacio de negociación: la sala de una institución pública. Siempre transitoriamente: una fugaz Noche Rosa en Palacio.







En estos tiempos en los que se diluyen las fronteras de todo lo que existe y en el que todo se resiste a ser definido y catalogado, las acciones presentes en un espacio expositivo, también se mezclan, hibiridizan y provocan, nuevas lecturas, no solo sobre lo que se muestra, si no a la par y con la misma jerarquía, en el cómo hubo de realizarse la presentación de lo que se muestra que ya es otra cosa muy diferente del cómo inicialmente hubo de concebirse el conjunto artístico.




El espacio (la exposición en su totalidad) llega a ser, a fin de cuentas, la obra, pero una obra de carácter transitorio, 

Porque, y como se narra en el cuento rosa, después de las doce campanadas, todo habrá de volver a su normalidad (las piezas al taller del artista o a la casa del coleccionista y las paredes de la sala a un nuevo color, el idóneo para recibir al nuevo invitado) Así de la fiesta en Palacio (la inauguración y los días subsiguientes) solo quedará el recuerdo o el testimonio de algunas selfies difundidas y olvidadas rápidamente a través de las redes. 

Tal vez quede el eco de la crítica mordaz o ingenua de aquel que – por flojo – despistado o recalcitrante y también porque no, poco actualizado- no quiso entender ni aceptar los simulacros y ni siquiera la idea de que el arte hoy, ya no es solamente lo que ayer, era arte.





Estamos hablando pues, de un juego de autorías y representaciones que pueden verificarse en cada uno de los espectadores, si es que quieren entrar en sintonía, como tercera voz, de nuestra historia rosa construida a dos voces.


José Luis Rodríguez de Armas.


Postproducción fotográfica: Pim Schalkwijk





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