Templo y ex Convento
Franciscano de San Miguel Arcángel en Maní.
El pueblo de Maní fue un importante asiento indígena,
cabecera del cacicazgo Xiu, lugar de origen de Tutul Xiu, cacique maya que se
alió con Francisco de Montejo en contra de los Cocom de Sotuta, que se
resistían a la dominación hispana.
Al ser un lugar muy poblado, Montejo decidió tomar a los
indios en encomienda, recibiendo de ellos tributo, a cambio de procurarles lo
necesario para su evangelización.
Por esa razón se construyó un gran convento con claustro bajo
y alto, refectorio, huerta, noria, iglesia y una gran capilla de indios con
vista al enorme atrio, con capillas pozas, en donde se llevaban a cabo las
actividades de evangelización.
Según Diego López de Cogolludo, el convento se fundó en 1549,
siendo el tercero en antigüedad en Yucatán y se destinó como patrón a San
Miguel de Arcángel.
Su arquitectura es del estilo renacentista y su iglesia pasó
por varias etapas de construcción, siendo la última en el siglo XVIII, cuando
se amplió la nave y se construyó la actual fachada del templo con sus dos
espadañas.
La entrada principal de la iglesia es un pórtico con arco de
medio punto que imita al estilo clásico y en sus frisos se pueden ver los
monogramas de Jesús y María y una frase latina que traducida significa “el
verbo se hizo carne y habló entre nosotros. Ruega por nosotros San Miguel,
príncipe de la iglesia de Cristo, aleluya”.
Las paredes internas del convento y capilla de indios,
estuvieron decoradas por murales de temas religiosos, de los cuales hoy solo se
perciben restos, aunque en el presbiterio se puede observar todavía un bello
retablo pintado en la pared que se encuentra detrás del retablo de madera.
Este último y los demás retablos colaterales, responden estilísticamente
al siglo XVII. En uno de esos se exhibe a la Virgen del Lunar, advocación que
tiene una historia de muchos milagros.
En 1567 se realizó por orden de fray Diego de Landa un “auto
de fe” con el objeto de reprimir la idolatría, en el cual se quemaron ídolos,
códices y otros objetos de la religiosidad y ciencia maya, además de que se
torturaron a muchos indios, para que confesaran sus culpas.
Este famoso evento se une a otros que se realizaron en
diversas partes del obispado y permite conocer la intolerancia religiosa de
aquellos tiempos. Los frailes se retiraron de Maní en 1821 por orden del rey y
el convento se entregó a curas.
Información tomada de la Ruta de la Cultura.
El
convento de San Miguel Arcángel de Maní es una de las joyas de
arte sacro más relevantes de Yucatán, hoy en día, a casi cuatro siglos y medio
de su edificación, todavía se yergue majestuoso a pesar de los años abandonado,
este es un convento que espera pacientemente su anunciado rescate.
Fue construido
con el trabajo y esfuerzo de seis mil descendientes de la dinastía prehispánica
de los Xiues hacia 1559, también es el tercer convento construido de su
categoría en la Península de Yucatán.
Las
cualidades estructurales de la construcción religiosa, obra del arquitecto Fray
Juan Mérida, saltan a la vista con tan solo contemplar la amplia fachada que
engalane la plazoleta principal de la población, en la que convergen la
primitiva capilla abierta o de “indios” y el actual templo, coronado por dos espadañas,
cada una de tres espacios situados a ambos extremos del acceso principal. Una
estatua en piedra del Arcángel San Miguel complementa la austera decoración del
frontispicio.
El detalle de arquería de piedra labrada que rodea las
puertas de madera, las inscripciones en la entrada principal, el escudo de la
orden Franciscana Menor, los andadores de piedra y la disposición
arquitectónica del conjunto son dignos de admiración.
Sus características históricas son muy importantes, a pesar
de las polémicas que ocasionan. La vida de los habitantes de Maní se ha
desarrollado en torno al recinto religioso, su amplio atrio, la espaciosa
huerta y el místico encanto de la antigua construcción franciscana.
En el
mencionado catálogo también se indica: “El retablo mayor, que cubre la pared
del fondo del presbítero, es de tres cuerpos divididos verticalmente por
columnas corintias, entre las cuales y llenando los espacios, se encuentran
nichos con esculturas de santos, menos el último cuerpo que tiene bajo relieve
representando el Padre Eterno”.
Cuatro
imágenes religiosas de madera, al parecer las de mayor antigüedad, están en el
retablo principal. Es posible identificar a San Pedro, San Pablo y San
Francisco de Asís.
Los
altares laterales de la iglesia de Maní también llaman la atención, a pesar del
deterioro que presentan en las molduras y figuras de madera.
El silencio que inunda los corredores y el jardín interior
invitan al vuelo de la imaginación del visitante.
Casi puede vislumbrar las huellas de los frailes que habitaron
ahí, escuchar los encantos gregorianos o el sonido de la noria con la que se extraía
agua para regar la huerta.
También puedes percibir el aroma del incienso o el calor de
las velas y veladoras encendidas ante una imagen religiosa, y consumidas hasta
que la cera adquiere caprichosas, frágiles formas.
Texto tomado de enyucatan